martes, 4 de enero de 2011

Orgullosa de ser del Athletic.

Nos queda el orgullo, después de todo. Ese orgullo de ser del Athletic que los padres inculcan a sus hijos desde que echan a andar. Todos somos el Athletic, un caso único en el fútbol mundial. ¿Algo que objetar?Ni siquiera cuando Puyol alzó la Copa, el dolorido corazón rojiblanco dejó de latir. Al filo de la medianoche, en Valencia, en Bilbao, en las plazas y bares de todos los municipios vizcaínos, en las peñas desperdigadas por la geografía española, hasta en la lejana colonia vasca de Shanghai, ondearon las banderas y bufandas del Athletic. A fin de cuentas, fuimos derrotados por el mejor equipo del mundo.«¡Toquero lehendakari!», corearon al principio, con la cabeza alta, decenas de miles de hinchas, que acabaron roncos en Mestalla tras haber aguantado dos horas de tensión y sentimientos a flor de piel. Alegría, llantos, abrazos, ojos cerrados, puños en alto para aclamar al delantero que vino del Eibar, y que nos entreabrió la puerta de la gloria durante 22 minutos. La Copa número 25 tiene que esperar otra edición más. Ya lo ha hecho 25 años, pero haber llegado a la final es la gesta que nos honra.Si algo puso de manifiesto ayer el Athletic es que ningún símbolo ejerce un influjo tan fuerte sobre los vizcaínos como el rugido del león. Mientras a los valencianos les sorprendía la invasión de 40.000 exultantes seguidores vascos, San Mamés hervía con los cánticos de otros tantos aficionados, en su mayoría jóvenes y adolescentes que no habían nacido en 1984, cuando Dani recogió la Copa en el Bernabéu tras doblegar al Barça de Maradona. La historia no se ha repetido esta vez, pero los goles de Touré Yaya, Messi, Bojan y Xavi no han hecho mella en la conexión que se ha establecido entre la hinchada del Athletic y su equipo, un sentimiento que anoche se propagó a la velocidad del rayo de un extremo a otro de Vizcaya y, si me apuran, del mundo.«Cómo sois los de Bilbao», aplaudía un taxista valenciano, boquiabierto ante la marea rojiblanca. «Esto sólo lo podéis hacer vosotros; sois la hostia», zanjaba. Y era verdad. El ambiente del Casco Viejo y Licenciado Poza, donde cinco horas antes del partido no cabía un alfiler, midió al milímetro la pasión de la final. Allí se mezclaron sin orden ni concierto las últimas hornadas de aficionados, las que hasta ahora sólo habían visto al Athletic rozar el descenso, con las generaciones veteranas, que volvieron a experimentar la emoción de disputar un título después de tantos años.Cuentan nuestros mayores que no había más orgullo que ir a Madrid a jugar la final de la Copa. Que si éramos unos señores, que si ganábamos al Real Madrid del mismísimo Di Stéfano, que si todos temían y respetaban a aquel Athletic. Desde anoche, también podremos contar que un día fuimos a Valencia y allí también supieron de nuestra garra, de nuestra insólita forma de transformar un partido en un volcán de sentimientos, capaz de unir a todo un pueblo bajo una misma bandera y sacarlo a la calle para envidia de todos.A pesar de haber caído frente al mejor Barça de los últimos tiempos, y quizá por ello, los leones de Caparrós se labraron un hueco en la memoria de los viejos socios, los que conocieron a Zarra e Iriondo en los años cuarenta y cincuenta; a Iribar en los sesenta y setenta; al equipo de Clemente que triunfó en los ochenta; a los jugadores que se clasificaron para la Champions a finales de los noventa... Ni siquiera en el siglo XXI ha cambiado el guión: el Athletic, una institución abrumada por su historia, se jugó la Copa ante una constelación de estrellas blaugranas a pecho descubierto, como siempre, con las armas de la fe y el corazón.A los leones les queda el consuelo de haber ganado la 'otra' final: la que se disputaba en las gradas de Mestalla. Y es que el ejemplo que brindó anoche la multitudinaria hinchada del Athletic demostró que la Copa se transforma en otra competición cuando los leones llegan a la final. Los expedicionarios vascos se adueñaron de Valencia como lo hicieron de Madrid en citas anteriores y marcaron su impronta incluso en la derrota, enjugando las lágrimas de muchos jugadores con una clamorosa ovación al concluir el partido. Sólo el lunar del aficionado que arrojó un objeto contra Alves empañó la fiesta. Nos quedamos con lo bueno: la reacción de los propios hinchas del Athletic, que lo señalaron a la Policía.No pudo ser, es cierto, pero mereció la pena. El esfuerzo de los que viajaron a Valencia no fue en vano. Agotados tras recorrer los 653 kilómetros de regreso a casa, hoy se mantienen en pie con dignidad. Volveremos al trabajo, pero en la moviola de nuestros recuerdos no olvidaremos el delirio que se desató ayer en toda Vizcaya.Jamás tantos, los aficionados del Athletic, han debido tanto a tan pocos, los leones de Caparrós. Esa cita de Churchill resume lo vivido anoche en Mestalla. No hay Copa, pero el orgullo rojiblanco queda intacto. Incluso se ha renovado. ATHLETIC BETI ZUREKIN!!
Se puede, podemos ganar al mejor equipo del mundo mañana. Sí.

¡GORA!

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